Una sensación vale más que mil imágenes



Max, de nombre de pila Maximiliano, nació en el seno de una familia bien, de padre oftalmólogo y madre pediatra. No les faltaba de nada, Max estaba colmado de amor. Pero como la vida es un festival de ironía, el pobre Max sufrió un accidente con tan solo cuatro años y perdió la vista. Sus padres se sentían enormemente desgraciados; siendo ellos médicos no podían explicarse tal situación. Pero el pequeño Max jamás perdió su sonrisa, de hecho aprendió a sobrellevar su ceguera con gran valentía: a los siete años aprendió a leer braille y cursó su educación primaria en un centro especial con excelentes calificaciones, así que decidió cursar los estudios secundarios en un instituto para niños "normales". Pese a la oposición de sus padres, Max consiguió matricularse en un instituto público de la zona, donde cursaría sus próximos seis años en una clase donde él sería el raro... aunque esto a él no le molestaba.

Pero como la vida tiene por costumbre torturar al desvalido, golpeó de nuevo a Max: su madre falleció poco antes de que él comenzara su primer curso de secundaria. Esto trastornó la personalidad de Max, volviéndolo más solitario y haciéndole sentir el peso de su condición.
El primer día de Max en el instituto fue terrible; aunque él no pudiera ver, era capaz de oír perfectamente los comentarios: "¿Qué se cree ese llevando gafas de sol?", "¡Hala! Es ciego"... Comentarios que hacían más profunda su sensación de ser diferente. Solo una persona despuntaba por tratarlo con igualdad. Era otra chica nueva, de nombre Anna, que siempre le hablaba mirándole a los ojos, y con una sonrisa que Max sentía en el corazón, aunque no pudiera verla.

Durante los cuatro años de educación secundaria obligatoria, Max solo estuvo acompañado por Anna, y muy acompañado. Ambos eran los "marginados" de clase, él por ser ciego y ella porque era la más inteligente. Pero a pesar de su soledad supieron encontrar mutua compañía, lo que les llevó a ser los mejores amigos.

Tras un buen verano y a comienzos de bachiller, la belleza de Anna se incrementó enormemente, lo que la hizo más popular que nunca; incluso llegó a tener largas relaciones, momentos duros para Max, al ver a su única amiga yéndose de su lado. Pretendientes también lo acosaban a él, pero para Max solo había una persona, Anna. Lo que Max ignoraba era que Anna sentía lo mismo por él, pero tenía miedo por lo que pudiera ocurrir. Así que trataba de olvidarse de él utilizando a otros chicos, aunque  nunca lo consiguió y por eso los dejaba precipitadamente.

Con los exámenes de acceso a la universidad llegó un nuevo problema para Max: al ser ciego no podría hacerlos normalmente, y debería marcharse a la capital, también para estudiar una carrera, lo que conmocionó inmensamente a Anna; no tendría más oportunidad de estar a solas con Max, era ahora o nunca.

Una tarde de julio, Anna decidió invitar a Max a una exposición de pintura, allí le diría lo que sentía por él. Mientras recorrían los pasillos, Anna le iba explicando a Max en qué consistía cada pintura, hasta los más pequeños matices. De repente, Anna se paró delante de un cuadro que estaba en blanco, cuyo título era "Amor", y le dijo a Max:
-Este... este es el cuadro más maravilloso que he visto.
-¿Ah, sí? ¿qué tiene pintado?
-Nada- dijo Anna esbozando una sonrisa que llegó hasta el corazón de Max.
-¿Qué tiene de maravillosa la nada?- preguntó curioso Max.
-Que, a veces, solo a veces, los ojos son el órgano de la vista.
-¿Y qué lo es siempre?
No hubo respuesta a esa pregunta, solo un beso, que llenó de colores el cuadro en blanco, y que hizo que Max pudiera ver, no con los ojos, sino con el corazón.


Nahuel Pinto Cavilla, 4º ESO A. Primer premio.  Grupo  B
 

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